MIROSLAVA


Aquel 8 de marzo de 1.955, Miroslava Stern llega al número 83 de la calle Kepler en la exclusiva colonia de Polanco, ciudad de México, su casa, el hogar de sus tristezas y de su casi permanente estado depresivo. La recibe Rosario, su ama de llaves, a quien pide se tome unos días de descanso. La diva subió a sus aposentos y bajó de ellos solo a aclarar sus pensamientos con un vaso de leche.
Una preocupada Rosario regresó la mañana siguiente, pendiente del estado en que había dejado a la perturbada dama. Miroslava repitió su petición al ama de llaves y le conmina además a negarle su presencia a su padre en caso de que éste la procurase.
En su alcoba, quizá pasaron por su mente sus días de infancia y juventud en su natal Praga, a las  riberas del río Moldava, en la entonces Checoslovaquia. Seguramente recordó también a sus padres adoptivos, el doctor Oskar Stern y Miroslava, su presencia en un campo de concentración nazi y su posterior escape a tierras aztecas con la esperanza de una vida en libertad.
Encerrada entre cuatro paredes no le sería difícil recordar episodios trágicos, como la muerte del joven soldado americano con quien pensaba casarse en 1.942, la muerte de su madre después de luchar con una penosa enfermedad en el 44, penas que ni el reciente estreno de su película Escuela de Vagabundos, ni su trabajo en el cine mexicano y de Hollywood le ayudaron a mitigar.
A sus 29 años, pensaría en sus tiempos de Reina del Country Club de México, donde conoció al hombre con el que se casaría ilusionada, con la inocencia de los 19 y de quien se separaría meses después al descubrir, según los rumores de la época, la homosexualidad del mozo. Hurgaría de seguro en su corazón hasta llegar al matador español Luis Miguel Dominguín y su juramento de amor eterno en su finca Villa De La Paz, donde seguramente el diestro también procuró de amores a la hermosa italiana Lucia Bosé.
Miroslava ocuparía un tiempo importante de su voluntario encierro a escribir cartas a su hermano y a su padre, seguramente sonrió al recordar a su entrañable amiga Ninón Sevilla, con quien incluso se le atribuyó alguna aventura lésbica y apartaría algunos de sus últimos instantes para abrazar el recuerdo de su amigo fraterno Ernesto Alonso, quien se había mostrado siempre tan colaborador con su carrera artística.
Poco después del mediodía del jueves 10 de marzo de 1.955, ante la ausencia de respuestas y a solicitud de Rosario, Ninón Sevilla irrumpe en la habitación de la hermosa y triste Miroslava, el cuerpo de la diva yace sin vida sobre las sábanas, se observan envases abiertos y vacíos de diversos medicamentos y en su helada mano derecha puede verse una foto del maestro del arte de Cúchares al que entregó su corazón. Su belleza lucía intacta aun cuando posteriormente el forense indicó que se había marchado a una mejor vida 30 horas antes y sus ojos azules iluminarán por siempre el cielo de quienes disfruten de su trabajo en la gran pantalla.

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