COMIENDO CON EL ENEMIGO "BOLÍVAR Y MORILLO"

Monumento al abrazo de Bolívar y Morillo en Santa Ana de Trujillo
A tempranas horas del 27 de noviembre de 1.820 en el sitio de Santa Ana de Trujillo, en los andes venezolanos, el comandante del Ejército Expedicionario de Costa Firme, el condecorado Mariscal de Campo español Pablo Morillo hacía espera al único hombre al que los pueblos del mundo han llamado Libertador, Simón Bolívar.

Ataviado con una sencilla levita azul y montado en una lenta mula parda el prócer criollo se acercaba al lugar indicado en compañía de un bajo número de sus oficiales, Morillo al observar a la distancia la imagen menuda de Bolívar y la poca comitiva con la que contaba hizo retirar a los húsares que le acompañaban.
Apenas desmontar, Bolívar acudió a estrechar la mano del líder realista y posterior al apretón se confundieron en inmortalizado abrazo, tal vez reconociéndose como hermanos masones, según algunas versiones.
Morillo, destacado anfitrión invita al Libertador a compartir su mesa, tal vez contentiva de alguno que otro sabor mediterráneo que seguramente avivó la memoria del ilustre venezolano y llevaron su mente a sus años por Europa. De seguro estarían presentes los platos nacionales, guisos con el aroma del ají dulce, papitas, rudimentarias hallacas, sopas andinas, así como la gallina y cerdo traídos por Colón a tierras americanas en su segundo viaje y a la sazón ingredientes fundamentales en los fogones coloniales.
No debió faltar el dulce en esa mesa, conocida la afición del caraqueño por el digestivo postre, de seguro hubo alguna solicitud de arepas de maíz, alimento propio de los blancos criollos que la preferían en sus mesas a cualquier amasijo elaborado con trigo para reflejar su independencia, el pan del venezolano elaborado con el erepa de los cumanagotos.
Bolívar y Morillo comieron todo el día y a falta de un acuerdo para brindar por la independencia o por su majestad Fernando VII, se subieron a la mesa y de pie juntaron sus copas por la guerra y los valientes soldados de ambos bandos.
El Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra estaba sellado, Morillo invitó a Bolívar a compartir sus aposentos aquella noche y el Libertador abandonó el sitio de Santa Ana de Trujillo la mañana siguiente, no sin antes confundirse en un caluroso abrazo con el jefe realista, nunca más volvieron a encontrarse.

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